No era lo esperado
Las huestes no-muertas de Isabella avanzaron sin ser vistas hasta el lugar que Ezequiel le marcó en un viejo mapa. Ocultos entre los frondosos y verdes bosques se movieron sin ser visto, salvo por los pobres incautos que le sirvieron de almuerzo.
La Montaña de Encoste era el primer objetivo. Los vasallos de Mannfred dijeron que allí se guardaba la espada de Vlad que Mannfred logró recuperar y ocultar en lo más profundo de sus entrañas de una cueva llena de estrechos y lúgubres pasadizos sin fin.
- Mi señora, hemos llegado a la cueva – dijo uno de los Señores Vampiros que encabezaban la marcha mientras observaba como los ojos de Isabella se iluminaban de un color rojo granate.
Un pequeño grupo se quedó armando guardia mientras las huestes de Esqueletos se adentraron en los túneles invadiéndolos literalmente y mirando en todas las direcciones para no dejarse nada atrás, pues Isabella no permitiría un fracaso en la misión.
Pasaron más de dos horas hasta que por fin uno de los Nigromantes vio por medio de uno de sus Esqueletos un arcón lleno de cadenas corroídas por el óxido envolviéndolo. Las cadenas estaban llenas de glifos de poder.
Entre varios Esqueletos tiraron del arcón y lo llevaron a la superficie. Entre los Nigromantes y el poder de Isabella lograron romper los hechizos mágicos que protegían las cadenas y el arcón se abrió. Isabella alargó el brazo y tomó el artefacto que había en su interior, pero de sus ojos salieron llamas que provocaron quemazones en las ropas de los Esqueletos cercanos.
- ¿Qué es esto? – dijo con ira.
Se trataba de un colgante y no de las pertenencias de Vlad, como habían ido a buscar. Uno de los Nigromantes se acercó y observó el medallón mientras el calor que desprendía Isabella disminuía ligeramente.
- Detecto una gran energía en su interior. Energía parecida a nuestra magia, pero que va más allá, que roza el mundo de las Almas. – Se apartó del amuleto cuando Isabella se calmó y decidió ponérselo.
Una gran energía la llenó por dentro y sin malgastar más tiempo ordenó a sus guerreros ponerse en marcha hacia su siguiente parada donde podía estar otro de los objetos que tanto ansiaba.
Apenas se encontraron enemigos por el camino. En un pequeño claro estaba el pueblo que tenía marcado en su mapa y donde podría estar lo que buscaba. Su ejército salió de entre los árboles y un cuerno alertó al poblado de que un enemigo estaba cerca.
Montada en su palanquín, Isabella ordenó atacar a sus no-muertos y no dejar a nadie con vida para luego revivirlos a sus órdenes. El plan era sencillo y un pueblo de humanos no podía rivalizar con su poder y su pequeño ejército. Sin embargo, una visita inesperada frenó su implacable avance.
Un grupo de Stormcasts Eternals bajaron de los Cielos para defender al poblado del ataque. Rodeada de sus Lugartenientes y de de una horda de no-muertos, se lanzó al combate.
Los Castigators trataron de acabar con ella lanzando varias salvas de flechas, pero no le hacían nada. Las flechas traspasaban el palanquín y no acertaban a su objetivo. Volvieron a intentarlo y el resultado fue el mismo. Para cuando se dieron cuenta de que se estaban enfrentando a un enemigo diferente a todo lo que habían visto hasta el momento, el palanquín ya estaba sobre ellos y las lanzas de los caballeros que tiraban de él ensartaron a los Castigators.
Los Evocators en Celestian Dracolines trataron de socorrerlos, pero fueron flanqueados por una multitud de Caballeros Negros que salieron de entre las sombras y cogieron por sorpresa. Los Sequitors, que seguían aguantando y matando Zombis y Esqueletos sin pausa no llegaron a ver cómo el palanquín de Isabella caía desde el Cielo en picado y los arrastraba hacia la muerte.
Con la batalla terminada, los Nigromantes comenzaron a levantar los cuerpos de los caídos mientras el resto buscaba algún cofre o caja que pudiera contener algo de Vlad. Un Señor Vampiro se presentó delante del palanquín de Isabella que ahora iba adornado como un Trono y le entregó una caja. La abrió y vio un curioso colgante que emanaba poder del Caos en su interior.
Ordenó dárselo a uno de sus Nigromantes y partir inmediatamente. No podían permitirse el lujo de perder el tiempo. Ya descubrirían qué podía hacer el colgante mientras iban hacia la siguiente parada.
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